El cambio climático se ha convertido en uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo. Durante décadas, líderes mundiales, científicos y activistas se han reunido en cumbres cruciales para abordar esta crisis global. He tenido el privilegio de asistir a varias de estas conferencias como observador, y puedo decir que la atmósfera es siempre tensa pero llena de esperanza.
La Cumbre de la Tierra en Río de 1992 marcó un hito al establecer la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Recuerdo la emoción palpable en el aire cuando 154 países firmaron este acuerdo pionero. Por primera vez, el mundo reconocía formalmente la necesidad de estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero para prevenir una interferencia peligrosa con el sistema climático. Aunque no fijó objetivos vinculantes, sentó las bases para futuras negociaciones.
Cinco años después, en 1997, la COP3 en Kioto dio el siguiente paso crucial. El Protocolo de Kioto estableció por primera vez objetivos legalmente vinculantes de reducción de emisiones para los países desarrollados. Me impresionó ver cómo 37 países industrializados se comprometían a reducir sus emisiones en un promedio de 5% por debajo de los niveles de 1990 para el periodo 2008-2012. Sin embargo, la ausencia de Estados Unidos, el mayor emisor en ese momento, fue un golpe significativo.
La COP15 de Copenhague en 2009 pretendía ser el escenario para un nuevo acuerdo global ambicioso. El ambiente estaba cargado de expectativas. Sin embargo, presencié cómo las negociaciones se estancaban y la conferencia terminaba en decepción. El “Acuerdo de Copenhague” resultante fue un documento no vinculante que muchos consideraron un fracaso. No obstante, este revés sirvió como catalizador para redoblar esfuerzos en los años siguientes.
La redención llegó con la COP21 de París en 2015. Nunca olvidaré el momento en que 196 países adoptaron el histórico Acuerdo de París. El objetivo de limitar el aumento de la temperatura global muy por debajo de 2°C, y preferiblemente a 1.5°C, fue un logro monumental. La flexibilidad del acuerdo, permitiendo a cada país establecer sus propias metas (Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional), facilitó un consenso sin precedentes. Sin embargo, algunos críticos argumentaron que esta flexibilidad podría resultar en compromisos insuficientes.
La COP26 de Glasgow en 2021 llegó en un momento crítico, con la ciencia advirtiendo que el tiempo se agotaba para evitar los peores impactos del cambio climático. El Pacto Climático de Glasgow logró avances importantes, como el compromiso de reducir gradualmente el uso del carbón y eliminar los subsidios a los combustibles fósiles ineficientes. Presencié intensos debates sobre la necesidad de aumentar la ambición y acelerar la acción climática. Aunque no se alcanzaron todos los objetivos deseados, la conferencia mantuvo viva la meta de 1.5°C y estableció un marco para revisiones anuales de los compromisos.
La COP27 de Sharm el-Sheikh en 2022 marcó otro hito al establecer un fondo de “pérdidas y daños” para los países más vulnerables al cambio climático. Este fue un logro histórico que llevaba décadas en discusión. Sin embargo, también observé frustración por la falta de progreso en otros frentes, como el aumento de la ambición en la reducción de emisiones.
Estas cumbres han sido fundamentales en la evolución de la acción climática global. Han pasado de establecer marcos generales a fijar objetivos específicos y mecanismos de implementación. La participación ha crecido, incluyendo no solo a gobiernos sino también a empresas, ONGs y sociedad civil.
Un aspecto fascinante ha sido ver cómo la ciencia del clima ha influido cada vez más en las negociaciones. Los informes del IPCC han proporcionado la base científica para la toma de decisiones, haciendo que las discusiones sean más informadas y urgentes.
También he notado un cambio en el enfoque de las negociaciones. Inicialmente, se centraban principalmente en la mitigación (reducción de emisiones). Con el tiempo, la adaptación a los impactos inevitables del cambio climático ha ganado prominencia. La COP27 marcó un punto de inflexión al abordar las “pérdidas y daños”, reconociendo que algunos impactos climáticos ya son irreversibles.
Otro desarrollo interesante ha sido el papel creciente del sector privado. En las primeras cumbres, las empresas eran vistas con escepticismo. Ahora, muchas se han convertido en aliadas clave en la transición hacia una economía baja en carbono.
La tecnología ha sido otro factor transformador. Las primeras cumbres discutían principalmente sobre energías renovables como la eólica y solar. Ahora, temas como el almacenamiento de energía, la captura de carbono y la inteligencia artificial están en el centro de las conversaciones sobre soluciones climáticas.
Un aspecto que me ha impresionado es cómo estas cumbres han elevado la conciencia pública sobre el cambio climático. Cada conferencia genera cobertura mediática global, llevando el tema a millones de hogares. Esto ha contribuido a un cambio cultural, con más personas exigiendo acción climática a sus gobiernos y empresas.
Sin embargo, también he sido testigo de las limitaciones de estas cumbres. La brecha entre los compromisos y la acción real sigue siendo un desafío persistente. Muchos países no han cumplido sus promesas de reducción de emisiones o financiamiento climático.
Otro problema recurrente ha sido la equidad en las negociaciones. Los países en desarrollo a menudo sienten que sus voces no son escuchadas lo suficiente, especialmente en temas como la financiación climática y la responsabilidad histórica por las emisiones.
A pesar de estos desafíos, estas cumbres han logrado mantener el cambio climático en la agenda global. Han creado un espacio único donde países con intereses divergentes pueden encontrar un terreno común. El progreso puede parecer lento, pero comparado con donde estábamos hace 30 años, es notable.
Mirando hacia el futuro, estas cumbres seguirán siendo cruciales. La implementación del Acuerdo de París, el aumento de la ambición en las NDCs, y la movilización de financiamiento climático serán temas clave. También es probable que veamos un enfoque creciente en soluciones basadas en la naturaleza y en la transición justa hacia una economía verde.
En conclusión, estas seis cumbres del cambio climático han redefinido la acción ambiental global de maneras profundas. Han pasado de establecer el problema a buscar soluciones concretas. Han transformado el cambio climático de un tema marginal a una prioridad global. Aunque queda mucho por hacer, han sentado las bases para una acción climática coordinada a nivel mundial.
Como observador de estas cumbres, he sido testigo de momentos de frustración, pero también de avances inspiradores. Cada conferencia nos acerca un poco más a un futuro sostenible. El desafío ahora es convertir los compromisos en acciones concretas. El tiempo apremia, pero la determinación colectiva que he visto en estas cumbres me da esperanza de que podemos enfrentar con éxito la crisis climática.